Por uma Língua Universal — Joan Català Piñón

ESTOS TERRÍCOLAS SON UNOS AUTÉNTICOS MASOCAS

—No, excelencia, a pesar de lo que dice Gorogol, los terrícolas no son tontos. Lo que Gorogol toma por estupidez en realidad es masoquismo asociado a un cierto grado de tolerancia de la injusticia, que tiene su origen en la arrogancia, que a su vez se deriva de la inseguridad.

—Más despacio, muchacho, que pierdo el hilo. Te enviamos al planeta Tierra a estudiar comunicación planetaria, y vuelves soltándonos una retahíla de nociones morales y psicológicas que no tienen nada que ver con el tema.

—Lo siento, Excelencia. La estupidez es ciertamente la primera hipótesis que te viene a la mente cuando ves cómo los terrícolas organizan la comunicación internacional. Mire este mapa. Todas estas manchas de diferentes colores son países, cada uno con su propio gobierno. Aquí están los Estados Unidos. Éste se llama India; éste, Angola; este otro Italia…, hay muchos. Ahora bien, puesto que todos ellos han alcanzado un alto nivel de civilización, obviamente tienen que discutir muchos asuntos que conciernen a todo el planeta. ¿Qué cree que hacen?

—Envían a sus representantes por el procedimiento más sencillo a un lugar conveniente para todos donde puedan reunirse y discutir.

—Exactamente. Eso es lo que hacen, físicamente. Pero no mentalmente. Muchos de ellos estudian idiomas en el colegio durante años y años, pero cuando se reúnen en esas organizaciones como las que ellos llaman Naciones Unidas, o instituciones parecidas, digamos, la Organización Internacional de Aviación Civil, no tienen ninguna lengua común. Por eso se quedan mirándose unos a otros, incapaces de dialogar. Para comunicarse entre sí necesitan de una costosa y voluminosa maquinaria, además de una amplia plantilla.

—Gorogol tenía razón: son estúpidos.

—No, Excelencia. Si lo fueran, no habrían resuelto el problema de la comunicación material. Lo que son es masoquistas. Mire esta pequeña península de aquí. Es lo que ellos llaman Europa. Pues bien, allí, hasta el más modesto fabricante de quesos debe traducir las etiquetas de sus envases a media docena de idiomas. Eso es muy costoso y lo pagan los consumidores. Y tienen un amplio espectro de organizaciones internacionales que gastan fortunas en traducción e interpretación. Los gobiernos toman el dinero del bolsillo de los contribuyentes sin el más mínimo remordimiento.

—¡Eso es una auténtica perversión!

—¡Pero los contribuyentes permiten alegremente que su dinero se utilice para tales propósitos! No son menos pervertidos, aunque de otra manera: mientras los gobiernos son sádicos, ellos son masoquistas.

—¿Es ése el único medio que tienen de comunicarse superando las barreras lingüísticas?

—No, Excelencia. Este sistema se restringe cada vez más a reuniones formales. En la vida diaria se defienden usando un idioma común.

—¿Por qué no dijiste eso al principio? Si usan un idioma común no son más estúpidos o masoquistas que nosotros.

—Sí, lo son. En nuestra parte de la galaxia se usa un idioma común que es completamente neutral y fácil para todo el mundo. No es la lengua de un pueblo dado, o de un planeta dado, para que podamos comunicarnos en pie de igualdad y no necesitemos mucho esfuerzo para dominar los sistemas de comunicación. Diez minutos al día durante un año en la escuela elemental y algo de práctica después es todo lo que nos lleva.

—¿No es eso lo que hacen los terrícolas?

—No. Para comunicarse han elegido una lengua que se destaca de las demás porque tiene muy poco en común con cualquiera de ellas. Mire otra vez el mapa. Esto es Europa continental; esto, Latinoamérica; esto es África; esto, Indonesia. Juntos representan muchos millones de personas, probablemente más de mil. Pues bien, en todo este vasto territorio tienen una letra que se escribe así: «a» o «A». Todos esos millones de personas la pronuncian del mismo modo, incluso aunque tengan alfabetos distintos, como los griegos o los rusos. Y la lengua de estos últimos se usa en este amplio territorio de Asia, al norte de estas montañas. Pero en la lengua que han adoptado para comunicarse, que ellos llaman «inglés» porque nació en esta pequeña isla de aquí, Inglaterra, la misma letra rara vez se utiliza con su valor prácticamente universal. Representa una gama completa de diferentes sonidos. Mire estas palabras y escuche cómo pronuncio la «a» en ellas: bad /bæd/, all /o:l/, father /fa:dË/, courage /kvridz/, face /feis/.

—¡Sorprendente! ¡Qué idea más rara, usar la misma letra para sonidos tan distintos!

—Pero es aún más incomprensible en el ámbito internacional. Todas las personas que han aprendido a leer y escribir en una lengua bantú, como el swahili; o en una latina, como el español; o en una eslava, como el checo; o en una germánica, como el holandés, la pronuncian de la misma manera. Incluso en China (esta mancha grande del mapa), donde antes de aprender su propio sistema de escritura, los niños aprenden primero a escribir con el alfabeto latino, también pronuncian esta letra de la misma forma (igual que sus vecinos los japoneses) cuando escriben sus nombres para los extranjeros. Los anglohablantes, como se les llama, son los únicos que tienen esta extraña manera de pronunciar las letras del alfabeto que usan. Esta otra letra, por ejemplo: «I», «i» se pronuncia igual en todo el planeta, incluyendo las transcripciones del hebreo, árabe, chino y japonés, pero los anglohablantes le dan diferentes valores: compare bite /bait/ con bit /bit/.

—Entonces, ¿me estás diciendo que hay una práctica unanimidad en todo el planeta, pero que usan para comunicarse unos con otros justamente la lengua que funciona de manera más complicada e irracional? ¿Que han elegido la excepción en lugar de la norma?

—Sí, Excelencia. ¿No es eso un buen ejemplo de masoquismo? Puesto que el sistema que han adoptado es mucho más complicado de lo necesario, impide una comunicación sin problemas para la mayoría de la gente. Además no es justo. En lo que a lenguas se refiere, un anglohablante no tiene que aprender nada para comunicarse mediante este sistema, mientras que muchas personas tienen que dedicar muchas horas a la semana durante muchos años para adquirir el sistema común de comunicación, sin conseguir nunca el nivel de un anglohablante. Sólo he hablado de la escritura y la pronunciación, pero la lengua está repleta de problemas similares. Por ejemplo, la mayoría de las lenguas tienen sólo una palabra para expresar conceptos como «libertad», «leer», «inevitable», «comprar», «fraternal». Pero uno no domina el inglés, al menos el inglés escrito que es tan importante en cualquier contrato, en cualquier asunto científico o comercial, si no ha aprendido las palabras paralelas freedom / liberty, read / peruse, unavoidable / inevitable, buy / purchase, fraternal / brotherly. Por eso las personas que no son anglohablantes, o que son anglohablantes de segunda clase, tienen que aprender por duplicado el vocabulario que sería necesario para comunicarse en otras lenguas. Además, prácticamente en todo el mundo, las palabras se derivan unas de otras de forma que favorecen la memoria, por ejemplo «dentista» se deriva de «diente»: francés dent > dentiste, japonés ha > ha-isha, alemán zahn > zahnarzt, indonesio gigi > doktor gigi. Como en otros muchos aspectos, el inglés es una excepción. Hay que aprender tooth [diente] y su plural, que es teeth en lugar de tooths, y además esto no se puede utilizar para recordar cómo denominar a la persona que se ocupa de los dientes. Dentist [dentista] tiene un origen completamente distinto.

—¡Sí que es una lengua rara!

—Eso no es todo. Por increíble que parezca hay muchas expresiones formadas a partir de un verbo y una pequeña palabra, cuyos significados no se pueden deducir de sus partes componentes. Por ejemplo, puedes haber aprendido lo que significan make y up, pero eso no te ayudará a deducir el significado de make up. Entre otras cosas porque tiene varios, desde «compensar» a «preparar» pasando por otros muchos, como lo ejemplifica este diálogo entre dos personajes de una de las novelas de P.G. Wodehouse:

—He’s made up his mind to stay in. [Ha decidido quedarse en casa].

—Well, I’ve made up my face to go out. [Bueno, yo me he maquillado para salir].

Por eso se precisa mucho tiempo para llegar a dominar esta lengua. Un coreano o un chino que quieran ser capaces de utilizar el inglés a un buen nivel intelectual, por ejemplo para negociar un contrato o para tomar parte en una discusión en un campo técnico o científico, tienen que dedicar al menos 8000 horas para su adquisición. A una media de 40 horas a la semana, esto significa 200 semanas, o al menos cuatro años a tiempo completo, sin descanso. Padres de todo el mundo ven cómo sus hijos pasan cientos de horas en el colegio estudiando este idioma sin alcanzar el nivel de competencia necesario para que les pueda ser útil. No resulta sorprendente que miles de viajeros tengan que afanarse en situaciones enojosas provocadas por malentendidos, porque la mayoría de los hablantes de inglés no nativos no son capaces de usar el inglés adecuadamente. ¡Y cuántas veces los contactos entre las personas se quedan en un nivel infrahumano! Pero nadie se queja. Los terrícolas han elegido gastar fortunas en este sistema, vivir con molestias e injusticias, aunque nada les obligue. ¿No es eso masoquismo?

—Espera un momento, hijo, no tan deprisa. Primero explícame por qué el planeta Tierra no ha creado una lengua para la comunicación interétnica cuando el resto de la galaxia lo ha hecho.

—¡Pero, Excelencia, si las cosas se han desarrollado entre ellos exactamente de la misma manera que entre nosotros!

—¿De qué manera? ¿Quieres decir que también tienen una lengua internacional genuina? ¿Por qué no la usan entonces?

—Ahí está la cosa. La creatividad lingüística de los terrícolas es tan grande como la nuestra y varios autores han publicado esbozos de lenguas interétnicas. Muchas de ellas, como entre nosotros, no funcionaron y pronto cayeron en el olvido. Pero un día apareció un proyecto muy modesto, llamado por su autor «Lengua Internacional», que lo publicó, por razones ligadas a la situación política y social, bajo el pseudónimo de Dr. Esperanto. Este proyecto, aunque no convenció a la élite, fue adoptado por personas de muy diferente origen lingüístico como sistema de comunicación internacional. Poco a poco, la lengua se extendió por todo el planeta y llegó a toda clase de gentes. Se fue haciendo más rico y flexible conforme se utilizaba y también mediante las obras de los mejores escritores.

—Entonces, las cosas han ido básicamente igual que entre nosotros, ¿no?

—Sí. Hubo una especie de competición entre candidatos rivales que pusieron de manifiesto sus marcadas diferencias de capacidad y dinamismo. Claramente una lengua emergió de todo este proceso de selección natural, la que el público llamó esperanto. La vida la transformó en una lengua viva, con sus canciones, su humor, su literatura…

—Hijo, no lo entiendo. ¿Por qué los terrícolas no se valen de esta lengua para resolver sus problemas de comunicación?

—Por estupidez, según Gorogol. Por masoquismo, según yo. Como media, diez meses de esperanto proporcionan una capacidad de comunicación equivalente al nivel que se alcanza después de diez años de inglés, si se basa el cálculo en el mismo número de horas a la semana. Si el factor masoquismo no interviniera, la gente exigiría a sus gobiernos la enseñanza del esperanto durante un año en todas las escuelas, después del cual los estudiantes podrían seguir estudiando éste u otro idioma adicional de su elección por razones culturales, si les interesase. Este sistema eliminaría todos los problemas de comunicación lingüística sin aportar el más mínimo inconveniente.

—Empiezo a entender por qué hablas de masoquismo. Pero ¿no te he oído decir algo sobre la arrogancia hace un momento?

—Sí, efectivamente. Este masoquismo sólo puede mantenerse mientras todo el mundo dé por supuesto que la solución de una lengua internacional no existe o que no funciona. Y esto, esto procede de la idea exagerada que las personas tienen de su propia competencia.

—Explícate.

—En el curso de mis investigaciones, he preguntado a un gran número de terrícolas. En muchos casos, al mencionar la palabra esperanto, era recibido con ironía y sonrisas de superioridad. No siempre. Algunas personas estaban realmente interesadas y dispuestas a aceptar la idea: no permitían que les cegara la arrogancia. Pero muchas otras, especialmente en Europa, la primera reacción que tenían era de desprecio. Y ese desprecio procede de la propia certeza de saber todo lo que hay que saber: una especie de gran presunción cuyo origen está en juzgar obstinadamente sin estudiar los hechos.

—¿Estás diciendo que rechazan el esperanto sin saber nada de él?

—Eso es. Tan pronto como empiezas a preguntarles sobre el tema, se hace evidente que no tienen ni la más remota idea de lo que es el esperanto. La mayoría simplemente no sabe que hay gente que lo utiliza para comunicarse con extranjeros, que hay niños que lo hablan, que ha sido adoptado por poetas de gran mérito, que se utiliza regularmente en emisoras de radio, o que muchas personas lo utilizan habitualmente en su correspondencia electrónica. Le atribuyen defectos inexistentes y no tienen noción de sus verdaderos límites. Pero eso no les ocurriría si antes de emitir un juicio observasen los hechos.

—¡Increíble!

—Pero cierto. Mire esto. Es uno de sus periódicos, USA Today. Este artículo da alguna información positiva sobre el esperanto, aunque el énfasis que pone en ciertos aspectos no lingüísticos de alguna manera distorsiona la imagen. Parte del artículo cita a un tal Robert Trammel del Departamento de Lenguas y Lingüística de la Universidad Atlántica de Florida en Boca Ratón: «La razón por la que no ha cuajado es porque siempre es algo que el hablante tiene que aprender además de su lengua materna, es algo extra».

—Bueno, si es una lengua común para la comunicación internacional, ¿cómo se podría usar sin haberla aprendido antes, además de la lengua materna? ¡Eso es una absoluta estupidez!

—Sí, pero esa estupidez es consecuencia de la arrogancia. Sólo porque enseña en un departamento universitario de lenguas y lingüística ya cree que puede decir cualquier cosa sobre una lengua sin conocer previamente los hechos. En este caso, este señor no ha captado la idea en absoluto, pero sólo aquellos que saben de qué va el tema se dan cuenta. La mayoría sólo recordarán que un especialista en lenguas rechaza el esperanto, que éste no es cosa seria. Otra frase de la misma persona: «Es esencialmente una lengua indoeuropea», demuestra que se permite a sí mismo juzgar sin proceder previamente a un análisis lingüístico aplicando los criterios normalmente utilizados para clasificar una lengua. De hecho, el esperanto consiste en elementos invariables (los lingüistas los llaman morfemas), que se pueden combinar sin limitaciones. El hecho de que «mi» se derive de «yo» (mi > mia), y «primero» de «uno» (unu > unua), es algo que se puede encontrar en lenguas como el chino y no en una indoeuropea…

—Por favor, no seas tan minucioso, que yo no tengo ni idea de lingüística. Pero creo que tienes razón. Este señor habla de algo de lo que no sabe nada. Eso está mal. Si se imagina que porque sabe mucho de otras lenguas puede hablar de cualquiera con la que no esté familiarizado, es ciertamente arrogante. Pero ¿es éste un caso típico?

—Lo es, Excelencia.

—Si lo es, parece que la gente de por allá no sitúa el problema en un contexto lo suficientemente amplio.

—Es verdad. Hay un montón de factores de todo tipo implicados en la comunicación lingüística internacional: políticos, económicos, sociales, psicológicos, educativos, culturales, lingüísticos, fonéticos…, que exigen un análisis detallado y una profunda reflexión. Pero hasta el terrícola más humilde cree que puede solucionar el problema en unos segundos, y la expresión de superioridad que se refleja en su rostro no es otra cosa que arrogancia.

—Eres joven, muchacho, y me pregunto si no hay una cierta falta de tolerancia en tus juicios sobre los terrícolas. ¿No estás siendo tú, quizás, un poco arrogante? ¿Estás seguro de que no estás simplificando demasiado un problema extremadamente complicado?

—Estooo…, es decir, Excelencia, yo…eh…

—En lugar de tartamudear harías bien en decirme a qué atribuyes esa arrogancia de la que hablabas hace un momento.

—Ya se lo he dicho, Excelencia: su arrogancia es fruto de su inseguridad.

—¿Por qué de su inseguridad?

—Muchos terrícolas no aceptan fácilmente sus debilidades, sus pequeñeces, en resumen, su condición demasiado humana. Viven en un ambiente de inseguridad constante, conscientes de algunos de sus defectos, reprimiendo otros. Para muchos esto tiene una consecuencia inmediata: niegan la existencia del problema. Uno se siente mucho más seguro cuando ha solucionado un problema que cuando aún se tiene que enfrentar a él, ¿no? Por eso, para tranquilizarse, los terrícolas se valen de toda clase de mitos.

—¿Qué mitos?

—Tienen muchos. Por ejemplo, que el sistema de traducción funciona bien, o que puedes desenvolverte con el inglés en cualquier lugar del mundo, o que puedes aprender una lengua étnica en tres meses (es la propaganda que hacen en los anuncios) o durante tu estancia en el colegio. Tan pronto como abordas el problema para comprobar los hechos sin ideas preconcebidas, te das cuenta de que esas aseveraciones no se sostienen o necesitan ser seriamente matizadas. Hay muchos mitos sobre el esperanto. La primera reacción de muchos terrícolas cuando lo mencionas es creer que, por definición, tiene que ser inferior a las lenguas étnicas, por ejemplo en su capacidad de expresión emocional, poética o intelectual. Pero si lo estudias, encuentras que no es inferior a ellas en esos aspectos. En muchos es, si acaso, superior.

—Muchacho, tengo la impresión de que a ti te gusta este idioma internacional, este esperanto, y me pregunto si estás siendo realmente objetivo. ¿No tenderás, como Gorogol, a mirar a los terrícolas desde una posición de superioridad? A lo mejor el esperanto también tiene defectos que no has tomado en consideración.

—Por supuesto, Excelencia. El esperanto no es perfecto, pero entre personas que hablan lenguas distintas es mucho mejor que el inglés o la interpretación simultánea. Ningún idioma puede expresarlo todo. Esta o aquella expresión en francés tiene un gusto especial que no se puede traducir ni en esperanto, ni en inglés, ni en alemán. Pero lo contrario es igualmente cierto: este o aquel juicio, esa frase picante en esperanto, no tienen equivalente en ninguna lengua étnica. El esperanto no es un código. Es una lengua completamente desarrollada, con un alma, un semblante, una personalidad. Pero los terrícolas no quieren verlo. Y aún más, ¿cómo se puede hacer un juicio serio de una realidad que no se conoce, o ser justo con algo de lo que sólo se tiene un conocimiento superficial?

—Si los terrícolas no son tontos, como tú dices, eso lo entenderán perfectamente.

—No, Excelencia, porque evitan cuidadosamente afrontar los hechos, de forma que puedan, como buenos masoquistas, disfrutar de las dificultades. Entre nosotros cuando una gran empresa (llamémosla «A») se da cuenta de que una pequeña empresa («B») ha encontrado una solución completamente satisfactoria y económica para algunos problemas inoportunos que le cuestan a la empresa «A» un dineral en inadecuadas soluciones paliativas, la empresa «A» enseguida va a ver qué hace la empresa «B», para aplicar la misma fórmula.

—¿Y los terrícolas no hacen eso? No puedo creerlo.

—No. No lo hacen en el terreno lingüístico. En su planeta hay organizaciones como las llamadas «Naciones Unidas» o «Unión Europea» que gastan al año millones de euros tratando de superar las barreras lingüísticas con sistemas cuya relación coste-efectividad es pésima. También hay organizaciones como la Asociación Internacional de Esperanto, donde las personas que participan en actividades, conferencias o realizan trabajos administrativos tienen diversos orígenes lingüísticos pero se comunican directamente y sobre una base de igualdad sin dedicar ni un céntimo a la interpretación de un discurso o a la traducción de un documento.

—¿Y dices que esas organizaciones, las Naciones Unidas, la Unión Europea…, nunca han estudiado cómo tiene lugar la comunicación lingüística en las otras asociaciones? ¡No es posible!

—No sólo no lo han estudiado, sino que además nunca se les ha ocurrido que hubiera algo que estudiar. Se trata de un rechazo sistemático y a priori. Y ni siquiera tienen conciencia de culpabilidad. Curioso, ¿verdad?

—Sí, ciertamente. Me ha costado mucho admitir su masoquismo, pero me es aún más difícil entender su falta de curiosidad.

—Pues a mí, Excelencia, lo que me sorprende es su falta del sentido de la responsabilidad. Ese dinero tan alegremente gastado procede del grueso de la población. ¡Se podrían hacer tantas cosas útiles con esas sumas astronómicas dedicadas a Babel!

—Tienes razón. Estoy tentado de condenarlos sin más contemplaciones, pero ya sabes que me dejo llevar fácilmente por la misericordia. Dime algo que atenúe mi indignación y me permita mirarlos compasivamente.

—Muy amable de su parte, Excelencia. Sólo puedo decir esto: su excusa es la inconsciencia. Para ellos es obvio que el esperanto no es algo serio, ¿por qué estudiarlo entonces? Esto me recuerda lo que le dijeron a otro terrícola que puso en duda las convicciones entonces establecidas: «Es evidente que la Tierra es plana. Si vas a las Indias por el oeste, te caerás en el abismo».

—Parece extraño. Entre nosotros tan pronto como alguien hubiera expuesto una idea como ésa, la hubiéramos verificado.

—Cierto, pero los terrícolas viven en el temor. Cuando tienes miedo te aferras a cualquier cosa, a tus privilegios, tus convicciones, tus muletas. Para enfrentarte a la verdad tienes que renunciar a la idea de que ya sabes todo lo que hay que saber. Renunciar a esta idea implica abandonar la muleta de la condescendencia («yo sé que eso es ridículo») para verte a ti mismo en la desnudez de tu ignorancia («sólo repito lo que oigo, o digo lo primero que me viene a la mente, pero, en realidad, no sé nada de ese tema»). Corres el riesgo de descubrir que la realidad es distinta de la que tú imaginabas. ¿Y cómo puedes arriesgarte a abandonar tus muletas cuando en lo más profundo de ti mismo te sientes pequeño y débil, si no tienes la certeza poder mantenerte en pie? Hay algo conmovedor en esa inseguridad esencial de los habitantes humanos del planeta Tierra.

—¡Pobres terrícolas! El problema de la comunicación planetaria no se puede solucionar fácilmente en esas condiciones.

—No, no se puede. Lo siento, Excelencia, pero no veo qué podríamos hacer. He hablado a grandes rasgos, encontrará más detalles en mi informe escrito. Lo que no hay que olvidar es que la inseguridad psicológica conduce a los terrícolas a la presunción, y la presunción los ciega y no les permite ver la solución obvia, por ello se ven abocados a toda clase de dificultades, improvisaciones caras y complicadas, en resumen, a un absurdo sistema en el que la gente acepta la discriminación y la injusticia con resignación, haciendo constantemente esfuerzos desproporcionados para los resultados que obtienen. ¿Le he convencido, Excelencia? ¿Está de acuerdo conmigo en que la tesis de Gorogol es insostenible y que el problema no es la estupidez, sino una concatenación de elementos entre los que predomina el masoquismo?

—Sin duda alguna, hijo mío, sin duda alguna. Pero francamente, ¿no estás de acuerdo conmigo en que hay que ser muy estúpido para ser tan masoquista?



Colhido de: Por qué tus hijos deberían comer más coliflores y aprender un poco de esperanto — Aproximación a una lengua auxiliar y apátrida de Joan Català Piñón

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